EL INSTANTE DECISIVO 

Por José Manuel Ruiz Regil* 

Contemplo el trabajo de José Antonio Ochoa porque no me queda de otra, porque al estar frente a la imagen la fuerza de la gravedad de su enigma me sustrae de este fragmento de tiempo-espacio y me atrapa en una suerte de portal dimensional, en el cual no hay más que un instan- te eterno, preparado para la contemplación, y nada más. 

Los óleos sobre poliéster que presenta este joven artista mexicano (Ciudad de Mé- xico, 1990) son consecuencia de seguir trabajando el detalle —tanto en lo técnico como en lo filosófico—; del salto cuántico que para sí mismo significa ir de la natu- raleza al cine —como lo propone en la primera parte de esta exploración estética (Ut Pictura Kinesis, 2018, Museo de Arte de Querétaro)— y esta segunda muestra de su trabajo, ahora en Aldama Fine Art (Ciudad de México). 

“El cine se ralentiza en la obra de Ochoa para mostrar la dimensión emocional que puede asemejarse a la contemplación in praesentia”, escribe la maestra Rosa Martí- nez-Artero (Murcia, 1961), docente en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia, en su ensayo José Antonio Ochoa. Habitar el paisaje, publicado en el catálogo de la exposición, en el que afirma y confirma sus afinidades estéticas con el autor que ahora aquí presenta este visionario cazador de talentos, nuestro generoso amigo José Ignacio Aldama, en este principio de 2022. 

En ese mismo catálogo el autor presenta su trabajo final de maestría que, para mí, es un manifiesto estético donde se marca la ruta y el destino de su obra y quizás del resto de su búsqueda vital. Ahí se explica a sí mismo; o sea, se complica: “El pro- yecto Ut Pictura Kinesis surge de un trabajo de carácter teórico-práctico. Se trata de una investigación sobre el cine y los procesos de su adaptación a lo pictórico. Este proyecto aborda la pintura en su relación con el cine como génesis, tratando esta relación de mutua influencia en el entorno de la creación artística”. 

En esta segunda parte el artista pretende “volver” —o evolucionar— del fotogra- ma a la pintura, con el valor agregado de la contemplación de lo sublime; es como un proceso de decantación que permite, en el último paso, no sólo mirar, sino ser y estar dentro de la imagen. Ése es el “instante decisivo”. Suena metafísico. Lo es. Pues este camino descubierto a base de paciencia y silencio, de largas horas pintan- do, meditando, construyendo pedazos de espacios habitables con un rigor técnico magistral, ante la muchas veces insoportable y enloquecedora realidad, es un ejerci- cio espiritual para quien quiera asomarse a sí mismo, en medio de un estado de caos como lo es este inicio del siglo XXI. Una respuesta también a los múltiples estímulos de la calle, los medios, los dispositivos, la prisa, la urgencia, la inmediatez con que demandamos soluciones; es decir, la lentitud, la contemplación, recuperar el tiempo para pensar y auto-observarse, como un acto revolucionario. 

Con respecto a la obra de Ochoa, la también pintora Martínez-Artero expresa más adelante en su ensayo: “Conceptos como belleza y silencio son claves para dis- ponerse como espectadores a la contemplación de las obras. El misterio del paisaje es el núcleo del tema. Además del disfrute de un trabajo de rigor técnico se nos invita a compartir una actitud ante la vida. […] Se trata de una obra joven y arries- gada, joven porque el horizonte de su impulso es a la vez claro y utópico, de riesgo porque para alcanzar ese horizonte José Antonio Ochoa lleva a la pintura a convivir con otros lenguajes de representación contemporáneos —el cine en este caso—, y reclama la naturaleza dialéctica de la imagen con la intención de herirnos”. 

Me llama la atención este último término, y reflexiono en que la ampliación de la conciencia siempre es un proceso personal donde se experimenta cierto dolor, cierta pérdida; es como infligir cuchilladas en la tela de la percepción para ver más allá. 

La rebeldía natural de un artista hacia el orden social, la moda, la crítica de las mayorías, así como el cuestionamiento al poder y la búsqueda constante de una alternativa al mainstream se alejan de la tesitura del grito y la estridencia mercado- lógica y de la industria del entretenimiento y lo banal para volverse paisaje; pero, a diferencia del urbano, que es el reflejo de lo inmediato desordenado, sucio, sofoca- do, roto, doblado, mecánico, eléctrico, oxidado, nos encontramos con un encuadre amplio y lejano de un sitio no necesariamente reconocible —pues no es eso lo que importa—, cubierto de nubes, brizna o neblina baja que rodea los objetos, sin que éstos sean simbólicos; es la vista cotidiana sembrada de mística, cuya revelación nos invita a penetrar en el misterio (Dios, la vida, el conocimiento, lo desconocido, la imaginación, el mundo interior, lo sagrado) a través de la observación sublime de la naturaleza. 

Estas pinturas, inspiradas en fotogramas, resignifican un cuadro de celuloide para volverlo único y destacable; un cuadro que tal vez al mirarlo dentro de su secuencia cinematográfica puede pasar desapercibido y resulta que a la vista del ojo calmo, relajado y atento se revela magnífico, y que de otra manera buscar la foto única para obtener esa imagen perfecta sería dificilísimo o perdería la honestidad de su espontaneidad. 

Por eso es que el momento en que se encuentran el ojo y la conciencia, que viene del cine y va a la pintura, constituye un, instante en el que confluyen muchas cosas externas e internas, técnicas sutiles dentro del espacio azul grisalla, donde lo con- creto definido se diluye en la bruma y queda esta ilusión de encapsulados instantes muy íntimos y personales, poemas visuales, como el rezo del espino sobre la tumba, o la mirada rápida hacia las llamaradas febriles de un incendio, o el árbol visto desde la ventanilla trasera de un coche en movimiento que, lejos de preocuparnos por su potencial destructor, nos asombra y exalta el ánimo con su furia. 

Recomiendo enfáticamente la lectura del ensayo del mismo autor en el catálogo antes mencionado, donde el creativo nos explica sus motivos y sus objetivos, así como sus hallazgos en el proceso personal; nos contextualiza en cuanto a las in- fluencias o aspiraciones artísticas que permiten entender el tipo de cine que busca y a partir del cual se basa; nos nombra a los autores e incluso las películas que lo han inspirado, y no deja de lado la obligada revisión de los pintores románticos ingleses y alemanes de finales del siglo XIX, quienes tuvieron la mirada de este abismo ante la inmensidad de la naturaleza en bruto y transformaron el mundo (quizá no lo hu- bieran hecho tanto). Habrá que dar otra respuesta: una que vaya de regreso pero sin volver en el tiempo. 

Quizá estemos viviendo un momento cíclico, pero estoy seguro de que la respuesta de hoy nos exige ir mucho más adentro. He aquí la oportunidad.



SUTIL 

Azul Casi gris Fantasma 

Nebuloso paisaje que a sí mismo contempla 

Árbol viejo
sombra ausente del follaje Serpentina vereda sumérjese en el horizonte 

Empalizada de ramas custodian
la entrada al reino 

Bruma Nube Ocaso Ilusión 

Hervidumbre arcana espejo dimensional Entre-ramado de tiempos 

y espacios y seres
y voces 

Tremor de tierra
legión de guardianes enraizados Hombre (ser) frente al abismo 

de la inmensidad 

Él o ella se exploran entre los elementos los silos
el naufragio 

el vértigo
y el laberinto delirante: 

el otro (hombre, mujer, animal, cosa 

aire, fuego, agua, tierra) 

Abierto camino
flanqueado de troncos resguardan la búsqueda del ser 

Exploración diminuta del pasado ante la novedad
la incertidumbre
la nada 

Yerba de índigo irrigada señal, entierro
azul sobre azul azul
el más joven de los colores para el ojo, 

bosque de reflejos éticos. 

* José Manuel Ruiz Regil es poeta, publicista y analista cultural. Autor de Vario mar incesante (ensayo), El testamento del caminante y del laboratorio de ideas Disrupted. Trabaja en su próxima colec- ción de ensayos Para nombrar el asombro y es colaborador editorial de Aldama Fine Art desde 2009.