NO ES SOLO LO QUE SE VE
José Saborit
A la vista está lo que el proyecto pictórico de José Antonio Ochoa quiere mostrar, lo que pretende indagar y aquello de lo que trata. A la vista están los nexos que conectan cine y pintura, los referentes comunes, las imágenes, las tensiones entre quietud y movimiento, todo lo que la serie da a ver como queriendo decir algo, sugerir algo, hacer pensar acerca de la riqueza de una relación singular. Allí donde antes hubo un caballete hay ahora una cámara de cine, aunque también, a su lado, persiste el caballete. Y puentes, muchos puentes que propician diálogos e intercambios entre ambas formas de mirar. Por ejemplo: con su inclinación hacia la serialidad (con sus inevitables y heterogéneas dimensiones narrativas) la pintura se aproxima a la temporalidad cinematográfica. El cine, por su parte, corresponde a este gesto con su inclinación a los planos sostenidos en tomas fijas, cuadros en los que nada se mueve.
No tan a la vista está lo que, por debajo de proyectos e intenciones comunicativas constituye una actitud y una toma de partido, un cúmulo de decisiones que no necesitan de la voluntad o la conciencia explícita para asumir su dimensión ética. No tan a la vista está que habitar el espacio y habitar el tiempo son dos imperativos que no pueden eludirse sino entrecruzarse, entrelazarse, entrañarse. Algo que se siente cuando los silencios y la quietud del cine abren la emoción de la lejanía en la contemplación, esa emoción hecha paisaje habitable, no solo por el ojo del pintor, sino también por su cuerpo y por su mano, cuando recorre el lienzo.
No tan a la vista está el rechazo a lo espectacular y sus estridencias. La atención, el cuidado y el respeto hacia todo aquello que apenas es perceptible por el ojo que devora con prisa; la crítica callada a ese ojo bulímico, desbocado, consumista. No tan a la vista la lentitud de ejecución que reclama contemplación lenta, un baile acompasado por la empatía del espectador, que ha de aprender paciencia. Ni la indiferencia ante las vacuas corrientes mal llamadas artísticas, que han de ser arrastradas por sus propias corrientes. Ni el elogio del silencio, bien escaso, como irrenunciable lugar de encuentro y epifanía. Ni el respeto al misterio que se preserva en la distancia, cuando resistimos la tan celebrada y consensuada tentación de abolirla. Ni esa resistencia callada, firme, elegante, serena; esa que, por no estar muy a la vista nos mueve hacia ella y nos cala hondo. Esa que tanto agradecemos.